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Cuando sea mortal


Somos inmortales. Algunos sólo. No nacimos así, nos lo hicimos. Nos lo hicieron. Yo lo soy un poco desde que decidí vivir sin mi y me dediqué a observarme desde lejos, a recordarme a veces, si eso.

Los inmortales aplazamos nuestra felicidad para nuestro futuro eterno, procrastinamos y proclamamos juntos que mañana será otro día. Y cada noche, después del trabajo, nos cenamos nuestros sueños precocinados.

Un antiguo profesor mío solía decir que la inmortalidad es una enfermedad que se pasa con el tiempo, refiriéndose a la juventud como un sentimiento de indestructibilidad perenne, de ganas de vivir , de ausencia de miedo, que se disuelve cuando maduramos un poco y nos damos cuenta de que el tiempo aprieta. Yo, sin embargo, entiendo la mortalidad como sinónimo de vida, y opino que es cuando más mortales somos, y no al revés, cuando más vivos estamos. Que mortales son aquellos que se atreven a vivir la vida, e inmortales son los resignados que pasan el rato esperando a nacer algún día.

Somos inmortales. Algunos de nosotros andamos ya en el limbo, esforzándonos por salir del agujero en el que nos metimos cuando nos cortaron las alas. Planeando y sembrando nuestro camino hacia la vida. Hacia la muerte. Y en este punto ya no nos queda más que fantasear:

Cuando sea mortal, de carne y hueso, quiero escribir todos los días. Dejar a un lado las excusas, los nada me inspira, los nadie me lee y los no tengo tiempo. Quiero soñar mis metas en lugar de matar mis sueños, y sentir la libertad de hacer lo que yo quiero porque quiero, sin miedo a ser juzgada.

Cuando sea mortal, lucharé por que nada me mate, y si algo consigue acabar conmigo al menos no será porque no me arriesgué.

Porque cuando sea mortal, y los años pesen y la vida pase, me aseguraré de que el sueño eterno empiece mientras pueda verlo.


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